miércoles, 21 de octubre de 2009

luna llena

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En noches sin luna, cuando hay niebla espesa invadiendo la ciudad, cuentan las leyendas urbanas, que el Diablo anda rondando, buscando almas.

Riquezas, poder, mujeres hermosas, una sabiduría espectacular... un eco entre los pliegues en el humo de un cigarrillo: ¿cuánto eres capaz de dar a cambio?
¿Crees que tienes con qué pagarlo?
¿Crees que es gratis?
¿Crees que...?


"Normalmente, sólo la pareja alfa puede procrear una camada de cachorros. En general, aumenta la agresividad de la hembra alfa hacia las hembras subordinadas. El aumento de estrés de las subordinadas, junto a la actitud y presencia de la hembra alfa, suele ser un estímulo inhibitorio para impedir que las demás hembras entren en celo."


Yo quería sacarme de encima mi imagen, mi reflejo del espejo, todo lo que consideraba que no era yo y que hacía que los demás me confundan con esa envoltura contingente, con ese desprendimiento casual que podría fundirme, a tí, a mí, a nos otros, a mí con lo que no soy, a tí con lo que deseo en imágenes de fotos copiadas, a cualquiera... con todo y con nada.

Por eso... no me tentaba que el Diablo me ofreciera sus reflejos enderezados, edulcorados, vaporizados de su misma ponzoña. No me interesaba que nadie me admirase por lo que justamente me quería sacar de encima. Mi alma, hecha imagen, como las imágenes que me ofrecía el mismìsimo Diablo -ya deseables genéticamente-, y que eran para mí la valoración a precio del mercado de lo mismo por lo mismo. Conservas congeladas. Cotizadas a precio espejo: las altas cumbres de la sociedad. Por eso quería perderme, quería sacarme de encima esa carga de tener una imagen, un gen que es eslabón de una cadena...
perdiéndose en eslabones conservados igual
siempre igual.
Falsedades
compartidas.
Máscaras de espejos.

Pero a su vez, ansiaba la conexión -inocente- con esa huella invisible que forjaba mis deseos; el hueco que para mí se recortaba de cualquier imagen en el mundo humano: una silueta de mujer, una sombra electrificada, un olor, un pasaje secreto entre este mundo saturado de cartón y maquillaje y todos los agujeros que se arrastraban dentro mío,
donde no llegaban las miradas.

Entonces, un problema:
¿Cómo iba yo, asustado de , a conseguir una relación satisfactoria con esa imagen que amenazaba convertirme en nada más que una imagen, un reflejo, de quien sabe qué otra cosa que yo no era?

Una posible solución:
Encontrar a Mefistófeles, venderle el alma -ya que tanto anhelaba lo que a mí me resultaba una condena-, comprar en precio espejo una llave que secrete el don de una silueta de mujer.
No de cualquier mujer. Una que no se apague cuando el secreto (de mi alma perdida) se desvele y las velas sean nada más que humo.
Humo gris
bailando
configurando siluetas ingrávidas.


"El instinto reproductivo conduce a los lobos jóvenes fuera de sus manadas de nacimiento, yendo en busca de pareja y territorios. La dispersión ocurre en todos los momentos del año, siendo típicamente de lobos que han alcanzado la madurez sexual en la época de reproducción anterior."


Lo encontré.
A Mefistófeles.
Una noche, en un burdel. Había olor a flores marchitas.
Me ofreció sus juguetes imaginarios. Los tomé, los manipulé, los desarmé, los rompí.
Me dijo que todas las mujeres eran envidiosas y competitivas y que una cualquiera de ellas -sobre todo si esa cualquiera es una mujer deseable en el sentido terrenal del término- me atraparía, siendo yo tan inocente -¡pobre de mí!-, en una cárcel de cristal. Luego me ofreció a la que me dijo que sería menos perjuiciosa, Margarita.

Y Margarita, inocente al crápula que me concedió la llave de su habitación, me dió su amor y su pasión, su cuerpo y su alma.
Sin pedir nada a cambio.
Sólo que yo realmente no tenía nada para darle, mi alma estaba empeñada. Mi cuerpo anestesiado.
(No pude decírselo... no pude contarle mi secreto por temor a que lo acepte...)

Fueron años hermosos.
Conocí la riqueza de un abrazo, el poder de un beso, la ternura que florece de una sonrisa, y comprendí... que la imagen no deja de ser hermosa por efímera o por asimétrica, que la pasión no se rompe con los truenos que rompen los espejos, los platos, los misterios, que el amor no sabe de intercambios y cotizaciones sociales, que vida enseña con cicatrices, que los juicios... son lastres que nos dejan presos del fondo de un espejo reflejando el infinito.

Y me sentí vacío.
Me había convertido en todo lo que había querido evitar.
Una imagen, una sombra, una etiqueta, un cuerpo encerrado en un alma vendida.


"El aullido del lobo es entendido por muchos científicos como el intento de comunicación, de hallarse unos a otros, de ubicación…También lo asocian a formas de afianzamiento de las relaciones grupales dentro de la manada y de fortalecimiento de lazos sociales. Al igual que los restos de orina, los aullidos son una marca que delimita la posesión de un territorio.
Estos cánidos suelen aullar más frecuentemente al atardecer y cuando amanece. En cuanto a las estaciones, la intensidad de los aullidos se hace más patente durante el invierno y en primavera coincidiendo con la época de cría de los lobeznos."


Ahora.
He vuelto del más allá.
Mefistófeles ya no me acompaña. Estoy solo.
Mi reflejo sigue allí, en el espejo. Sospecho que mi alma ha vuelto a pertenecerme aunque esté rota. Ya no tengo miedo a dar -lo que no se da se pierde-, aunque prefiero no ver
no saber
si el reflejo que los demás ven de mí es lo que yo veo.
(Si el intercambio será justo.)

Confío.
En las conexiones eléctricas que perforan las miradas. En los túneles que cavan los sueños a través del espacio. En las ventanas del tiempo que contruyen tiempos nuevos.

Hay un renacimiento gestándose.
Una creación por compartir.
Un amor por descubrir


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