sábado, 10 de octubre de 2009

MEMORIA

La poesía es un arma.

Hay una persona (quizás yo mismo) mirando al techo. Del techo cae una gota. Incesante. Repiquetea. Gotea...

La poesía es un espejo que puede quebrarte en un millar de astillas. Te eleva y te hunde. Te reconfigura. Te turba, más y más... te enrojece, te despedaza y a veces es melaza que te endulza y te hace sonreir. Te puede configurar junto a otros o te puede mostrar diferente de quienes te creías cercano. Es un arma cargada, apuntando a tu sien.


Hubo un tiempo en que mis colmillos afloraron junto a alas... de murciélago. Tiempos en que un Manipulador me mostró un espejo y me dijo del daño que me habían hecho:
"Papá es bueno, mamá es mala." -dijo en tono sarcástico, y el mundo era un espejo transfigurado en sus palabras... las mujeres eran a mis ojos fingidoras (los vestidos, el maquillaje, su cotorrear en secreto, su pillaje...), y los hombres eran víctimas victimarias de todo ese montaje en cartón piedra.
Eso era también lo que yo (un niño asustado) quería ver.
/En el espejo de la culpa: yo era mi madre, privado de ser mi padre./
Y sus palabras fueron poesía en mi paladar.
Y mis zarpazos infantiles fueron de un lado para el otro (y no me daba cuenta de que me estaba lastimando...).

Incluso a mi hada le corté las alas... de mariposa.

Tenía hilos, que movían mis brazos, mis piernas y mi cerebro (mi corazón acallaba). La poesía era un arma, cargada de mis pies y mi esperanza.
El titiritero un borracho jugando a los dados con espejos y humo negro.


Después...
Spinoza, Leibniz, Hume, Bergson, fueron actores dirigidos por Deleuze. En la Obra se veían los hilos, los espejos, las argucias y artimañas. El escenario y los bastidores. El lector y los parlanchines que sólo cacarean reflejos de reflejos.
La poesía es también teatro (Artaud, Nietzsche).

Los espejos se rompieron y detrás estaba mi propia muerte... a la que quise disfrazar con poesía.
La poesía que fué un arma... dirigida por todos mis miedos directo a mis sienes.

La gota que caía de ese techo cavernoso era lágrimas, era sangre, era miel, era agua...
La gota chocaba el piso, de piedra, y lo horadaba haciendo grietas, multiplicando esas grietas, ramas, relámpagos, venas, raíces... abriéndose caminos laberínticos en la piedra imposible.

Mi muerte fué una mujer que me confesó que las mujeres también saben manipular y que los poetas sólo se enamoran de su poesía (no de sus musas). Mi muerte conocía al titiritero y tenía una poesía más poderosa. Una poesía de sensaciones:
"le das al candidato lo que quiere, con espejos, con argucias... luego haces silencio... te quedas en la lejanía un buen rato... hasta que el candidato desespere. entonces, en el momento justo, le vuelves a dar lo que él quiere (humo y espejos)... y ahí lo tienes, a tus pies sin necesidad de hilos ni agujas de vudú."

Esperé a mi muerte durante meses de sombra y retraimiento acaracolado.
Supuse que al final del tercer ciclo de tres meses vendría y me convertiría en ella, en sombras y espejos, que sentiría su guadaña, y que una extraña poesía de delirio y despedazamiento iba a poseer todo mi ser.
Desesperé, pero quizás no lo suficiente para hacerla volver...



Ya no te espero.
Hasta aquí mis sacrificios suicidas. Hasta aquí mi desolación en la luna del espejo. Hasta aquí mis noches de sueños con conciencia. Mi futuro rebanado. Mis estallidos sin ton ni son. Mis manipulaciones auto convocadas. Mi búsqueda de vida en los cementerios. Mi empecinamiento en no querer ver detrás de bastidores por temor a los marcianos. Mi culpa encapsulada. Mis destierros renovados. Mis desgarros masturbatorios. Mis pertenencias ofrecidas a las tres parcas de un Destino renovado en mis propios hilos de titiritero: Nadie, Nunca y Nada.

Ya no te espero... aunque sé que llegarás un día a reclamar el préstamo.

Ya no te quiero dentro mío desbaratando mi sueño.
Mi vitalidad, mi potencia, mi amor.
Ya no más agujeros en la noche.


La poesía
es un arma con dos filos.
Que si sale del corazón puede matar al vampiro y a todas sus sombras.