sábado, 22 de agosto de 2009

Naufragio

no quisiera ser una excepción, uno de esos ke no encajan akí ni allá, no quisiera estar en el pedestal de nadie, ni tampoco en su inframundo...
Aquí,
sucede que a veces el clima es como los sentimientos, se mezclan se ciclan y reciclan, rechinan, se esconden, apabullan, tormentas y días de sol tímido, graznidos y granizo, vómitos y convulsiones, placeres huracanados.

Es de día esta misma noche.

Sucede que a veces hay excepciones. Que nos hacen ver excepcionales.
Cartas barajadas,
escrúpulos que se rompen o no, preferencias encubiertas, nuevas mezclas buscando la misma combinación de
cartas.
Entre las excepciones hay quienes fingen serlo
(y también quienes fingen no serlo)
¿verdad o mentira?

El amor no se cuestiona. Simplemente pasa. Pero a su paso lleva muchas cuestiones a su encrucijada.
Vida y muerte en el dado de Cupido.
Flechas y puñales en corazones que resisten...
Insisten.
Una pregunta es también un deseo.






Eris o Erides, diosa de la Discordia, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo,
a la que habían sido convidados todos los dioses,
urdió un modo de vengarse sembrándose entre entre los invitados:
se presentó en el sitio donde estaba teniendo lugar el banquete,
y arrojó sobre la mesa una manzana de oro,
que habría de ser para la más hermosa de las damas presentes.

Tres diosas, Atenea, Afrodita y Hera, se disputaron la manzana produciéndose una gran confusión y disputa, que hubo de intervenir el padre de todos los dioses, Zeus.

Zeus decidió encomendar la elección a un joven mortal llamado Paris, que era hijo del rey de Troya. Hermes fue enviado a buscarlo
con el encargo del Juicio
que se le pedía; localizó al príncipe-pastor y le mostró la manzana de la que tendría que hacer entrega a la diosa que considerara más hermosa.
Precisamente por eso lo había elegido Zeus; por haber vivido alejado y separado del mundo y de las pasiones humanas.
Así, se esperaba de él que
su juicio
fuera absolutamente imparcial.