viernes, 25 de septiembre de 2009

atrapa sueños

.
Recuerdo que cuando era chico había una pared que me dividía.
Ante extraños actuaba en forma tímida, quieto, en voz baja... casi que ni quería que me noten.
En cambio, en casa, donde familiarmente nos resguardábamos de los extraños, yo gritaba, mordía, rasguñaba, llamaba la atención en tantas formas como podía.
Había una pared que me sacaba estando adentro y me entraba estando afuera. Era dos.

Mi mamá tampoco era la misma cuando estábamos a solas que cuando llegaba mi papá, o cuando había terceros entre nosotros.
Ella no era yo, ni yo era ella, uno estaba arriba y el otro abajo y viceversa también, había jerarquías... siempre reversibles, dominios, habilidades, ritmos subliminales, éramos cómplices y teníamos el mismo código. Sin necesidad de hablar.
Ilusorio y verdadero a la vez.

Una relación de amantes es una ilusión verdadera.
Hay terceros que parece que no están... pero están. ¡Ahí! Sus ojos. Su presencia. Sus dimes y diretes: su juicio.
Lo que no está fuera está dentro.
Lo que sale de adentro va a parar afuera. Lo que entra se sale...
o no sale más...
o nunca más vuelve a entrar...
(O bien, en los casos más amorosos, entra y sale, sale y entra,
entre uno y otro.)

Lo que rechazamos de nosotros mismos nos persigue
desde afuera.
Una relación de amantes es una oportunidad de ser auténticos. Sacarnos unas máscaras demasiado pesadas y ponernos otras, más ligeras, más vivaces, más igneas. Pero al fin y al cabo, ambos tipos de máscaras están hechas con el mismo material. Y el cuerpo de cada uno de los amantes es un cuerpo dividido.
Algo se queda, algo se va.

Los amantes saben que la Muerte ronda sus cuartos de hotel, y por eso se apuran a dar toda la vida que tienen en una hoguera que los nace a cada instinto.

Una relación de amantes es un espejismo: hecho de espejos.
Soy como vos en un 20%, el otro 80% es una guadaña que se balancea haciendo tajos que miden mi vida a la altura de modelos modelados -ascendiente descenso- y trajes y antifaces y letras prestadas al abecedario... y una dirección perdida, en los recodos del tiempo
y en los tajos hechos al espacio.


Me pregunto: ¿habrá que hablar con nuestra muerte alguna vez?
¿Cómo se puede hablar con quien permanece tan callado?

Una relación de amantes es un velo que tapa todos los agujeros que tiene la noche. Un beso gratuito. Una constelación de luchas perdidas en un millar de siglos que tiene nuestra especie sobre esta tierra.
Una mentira muy sentida.
Consentida.
Silenciada en una sonrisa tragada que se fué a los ojos.

Del otro lado una familia que perdura. Una Idea que también es un refugio del dolor (un refugio contra la posibilidad de despedazarnos). Un anhelo de perdurar, una victoria, así sea en otros ojos y otra piel y otra época. Un palacio (aunque de afuera parezca sólo ruinas).
Una Idea... un llamado a nuestro nombre real, el que sabemos auténtico.


Mis dientes ya no son tan fuertes como cuando era chico, ya no muerdo con tanta facilidad... ni siquiera a las personas que me dan su confianza.
Por otro lado, ya no soporto quedarme callado tanto tiempo, ni siquiera estando con extraños.
De mi papá aprendí cosas que él nunca me enseñó, de mi mamá aprendí una música que ella nunca notó o habrá escuchado en una frecuencia diferente.
Supongo que ya no soy aquellos dos.

Mi juicio está hecho de mis experiencias. De rubores y sensaciones. De adentros que pude exteriorizar y adentros que se me escaparon y ya no se si volverán... Mi juicio está hecho en base a pérdidas y agujeros, y también a cicatrices. A paredes que construí aquí y allá. A conocimientos que robé para protegerme. Estrellas. Paraísos enterrados. Tesoros de cartón. Mis sentidos están hechos en base a juicios prestados y a tiempos robados de un afuera... que me traga y a veces me escupe.

Es extraño descubrir que la conexión tan mágica que había entre mi mamá y yo era simplemente
un malentendido.


verás, mi querida extraña,
del otro lado de mí sigue habiendo un punto vacío
un anhelo
un extrañar muy interiorizado
un sueño suelto
irresuelto, libre,
de que alguien con cuerpo de mujer haga que sienta a este cuerpo de hombre
y que por otro lado
esa misma persona -en el mismo tiempo y espacio- haga que me sienta acompañado.


Arrojo una moneda al lago de tus lágrimas
círculos concéntricos danzan desde
donde
mi deseo cayó.